Lecciones de Vida

El Dia que quise Desaparecer

Nunca había visto cosa igual. La ciudad estaba totalmente cubierta por una capa blanca de nieve.
“Por favor acompáñame,” me rogó mi esposo. “Esta es una decisión que tenemos que tomar los dos.”
“Pero las noticias dicen que no hay que salir a la calle a menos que sea necesario y sabes cómo odio el frio!” respondí. “Y eso queda a una hora de Chicago en tren!”

Era una de las muchas entrevistas que mi esposo tendría para entrar en un programa de residencia médica, el paso siguiente a graduarse de la escuela de medicina.

Queríamos hacer la voluntad de Dios porque sabíamos que tendríamos que dejar nuestro país y nuestras familias.

A regañadientes acepté y me abrigué lo mejor que pude para caminar a la estación del tren. Al salir a la calle me di cuenta de que mi vestimenta no era apropiada para el frio. Mis zapatos se transformaron en patines de nieve y casi perdemos el tren porque no me podía mantener de pie.

Lo que era indiscutible fue la belleza del lugar.

Era como estar metida en un rompecabezas de un campo divino cubierto de nieve y hielo, muy diferente a mi tierra tropical.

El gerente del hospital rural nos recibió amablemente.

“Usted se puede regresar al hotel señora, ya que la entrevista durará todo el día.”

Un poco triste por no poder apoyar a mi esposo, pero más que todo deseosa de regresar al calor de mi habitación, tomé un taxi de regreso a la estación.

Mis piernas desaparecieron dentro de la montaña de nieve cuando me bajé del carro justo al lado de la plataforma del tren.

Subí como pude y me extrañó que la puerta de la pequeña estación no tenía agarradera. Limpié el vidrio de la ventana para ver hacia adentro, pero estaba oscuro, así que asumí que estaba vacía.

Faltaban quince minutos para la llegada del tren.

Si no me muevo me voy a congelar.

Bailé salsa, brinqué como lo hacía Jane Fonda en sus videos de aeróbicos, hice jumping jacks, y nada me quitaba el frio que para ese momento me penetraba hasta los huesos.

El sonido del tren me anunció su llegada.

¡Que felicidad!

De repente, detrás de mí se abrió la puerta y salieron una docena de personas que al pasar a mi lado se reían y decían cosas entre dientes.

Descubrí que el taxi me había dejado en la parte de atrás de la estación y la puerta de entrada estaba del otro lado del pequeño edificio.

¡Todas esas personas vieron mi espectáculo de principio a fin!

Me subí al tren avergonzada y congelada.

Me senté en el último asiento, y me tapé la cabeza con mi abrigo, queriendo desaparecer.

Cuando mi esposo regresó le conté mi triste experiencia y casi se cae de la silla de la risa.

“Tienes suerte, porque no nos mudaremos a Chicago,” me dijo. “Vamos a ver a donde nos lleva el Señor.”

Yo creo que el Señor también se río ese día porque mi esposo aceptó una posición en Nueva York, donde vivimos por cinco años.

Eventualmente compré ropa y botas para el invierno y con el tiempo me acostumbré (un poco) al frio.

¡Han pasado veinticinco años de esa experiencia que nos enseñó a confiar en el Señor y seguir Su voluntad y todavía nos reímos al recordar aquella mañana cuando quise desaparecer!

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